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Presencia del sentimiento poético samario en #FILBO2022 con Fernando Linero Montes y «CASI TRISTE»

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Estos poemas son Casi tristes, es verdad, de tono elegiaco transcurren como la niebla en Bogotá. Suenan a bolero doliente o a saudade de un fado. Pero, siempre un pero, esta voz no trae el desgarrón sentimental para ser completamente pesimista, bandera del desaliento; hay entreveradas notas dulces y optimistas: “Otra vez aquí la luz de marzo, / de nuevo el calor turba la intemperie / y la abeja no desmaya encima de la flor.” (José Ángel Leyva -Mex. ©Foto @agendasamaria)

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La tristura es verde

Fernando Linero ha sido, con su hermano Guillermo, un personaje central en mi visión de Colombia y en la construcción de afectos en un país que advierto en las proximidades geográficas del sueño. Colombia es tan diferente y tan similar como cualquier otra región de mi país, como Tabasco o Veracruz, Campeche o Yucatán, donde el mar Caribe y los aromas del café y la selva, amasan con sus verdes de todos los colores un imaginario festivo. Fernando, como Guillermo, podrían ser personajes de una novela del brasileño Jorge Amado, poseedores de un espíritu costeño pero refinado por un intelecto donde florece la música y la literatura, la poesía y la bohemia. En Fernando la  música, que estudió en el Conservatorio Nacional de Colombia, y la poesía, que nace de un abrevadero natural, pero cultivado y procesado en estudios de filosofía y Letras en la Universidad Católica La Salle, son parte esencial del aparato discursivo y de la naturaleza lírica que dialoga con la infancia donde el mar, el calor, la lubricidad y el humor de Santa Marta, es decir, de su cuna, ejercen una fuerza de atracción insoslayable.

   El universo de Fernando evade los terrenos del realismo mágico de su paisano García Márquez, los juegos hiperbólicos, la exaltación de la violencia y la nota policiaca, su andadura responde más a la tradición de Aurelio Arturo o del Transeúnte de Rogelio Echavarría, a la urdimbre de imágenes que no pueden ser de otra atmósfera que de la lluviosa y cosmopolita Bogotá. Los versos de Fernando Linero han sido siempre materia reflexiva, ya en la tonalidad conversacional, intimista o contemplativa, ya con la mirada vidriosa de la embriaguez o con el gesto adusto de la gramática. Fernando entra y sale de sí mismo, nos abre las ventanas de su hogar, abre las páginas de su biografía o expone al lector sus preocupaciones sobre la belleza y el amor, descree de la felicidad pero reconoce que la sabiduría doméstica permite acomodar instantes de gozo con situaciones de riesgo y de conflicto. La vocación amorosa es materia de la poesía. La palabra ajena, la que viene de la otredad, la que viaja desde el misterio es la que abre cauce al deseo de vivir y de ser auténtico y dejar de ser lo que no somos. Esa palabra que se apropia del tiempo y del significado afectivo de las cosas y las gentes.

   A diferencia de otros libros de Linero, Casi triste es una declaración de melancolía o como él prefiere llamarla: de tristura. Casi triste suena muy próximo a un canto pesimista y a veces fatalista, epigonal, como lo expresan esos versos iniciales del libro: “La vida es el adiós desconsolado de los buques de la infancia, / es una vieja casa atontada por la canícula,  / es el peso de los duelos heredados / y también el poema  / que hasta en los rincones más estériles del ser florece.”

   Allí, en ese verso final descansa el verdadero sentido de esta declaración de tristura, de este canto forjado con arpegios de dolor y pesimismo. Porque el reconocimiento de esa terca pasión, de esa ineludible fuerza que estalla con su gracia de color y forma, con la nota vital en las oscuridades más desoladoras de la existencia es, sin duda, la esencia humana, la lucidez de un yo en medio de los acontecimientos del universo. El descubrimiento de la conciencia de la muerte –no de la muerte, que es una experiencia inédita– provoca esa luz que el poeta enciende para iluminar la memoria de las cosas olvidadas. “El horror de la fugacidad” se convierte en esos “Paisajes que nos caen del cielo” en el canto matinal de los pájaros, en el asombro de quien ha trasnochado o ha transitado sonámbulo por los barrios de la noche para atestiguar y exclamar: “La nerviosa luz del mundo ondea bajo la luna, / sobre el alma de las cosas que recién despiertan.”

   Así, en esa dicotomía entre lo trascendente y lo inmediato, entre los cósmico y lo familiar, entre el ser y la nada, entre nadie y la persona, entre la infancia y las proximidades de la vejez, el poeta dialoga consigo evitando la nostalgia, pero interrogándose por las ausencias, la soledad, la lejanía, la vívida experiencia de los recuerdos, la aparente displicencia del deseo, que, sin reconocerlo, es la energía que alimenta la combustión de estos versos. De estos versos que, como bien dice el poeta, la vida nos lanza como huesos. ¿Acaso no eran también los huesos húmeros que Vallejo se ponía a la mala?

   Estos poemas son Casi tristes, es verdad, de tono elegiaco transcurren como la niebla en Bogotá. Suenan a bolero doliente o a saudade de un fado. Pero, siempre un pero, esta voz no trae el desgarrón sentimental para ser completamente pesimista, bandera del desaliento; hay entreveradas notas dulces y optimistas: “Otra vez aquí la luz de marzo, / de nuevo el calor turba la intemperie / y la abeja no desmaya encima de la flor.”

   A pesar de la partida de los afectos, del transcurso del tiempo, de la juventud extinta, de la belleza díscola, de la destrucción, de la violencia irrefrenable, del absurdo humano, estos poemas saben a mar, reclaman su lugar en el mundo. El poeta Fernando Linero nos ofrenda esta mirada musical y diáfana que florece y resuena a pesar del mal tiempo, la vida se manifiesta en los pregones y en la yerba. Casi triste es un canto a la esperanza.

  José Ángel Leyva

Ciudad de México, marzo, 2022.

Del Libro CASI TRISTE

De la vida

I

La vida no es más que un lunes insalvable,

la brisa de agosto trayendo entre sus pliegues

la voz de los amigos muertos.

II

La vida es un amanecer de hormigas voladoras,

una inmensa sala de espera llena de hombres comiendo solos;

o aquel rostro más allá del borroso fin de la nostalgia

o el nombre de ese árbol que me sigue

o la indecisión del alba cuando la noche se pudre.

III

La vida es el adiós desconsolado de los buques de la infancia,

es una vieja casa atontada por la canícula,

es el peso de los duelos heredados

y también el poema

que hasta en los rincones más estériles del ser florece.

©Foto ENTRELETRAS

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Realizador radial, inmerso en la cultura digital y apasionado fotógrafo. Entrevistas y contexto en Agenda Samaria; lo que en ellas se trata refleja particular interés en el desenvolvimiento de las actividades culturales en la ciudad y en la región caribe. Bienvenido!
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