Luego de 21 años en el exterior, el actor y cofundador del Teatro Libre de Bogotá, Germán Jaramillo, regresa a las tablas nacionales para protagonizar la emblemática obra literaria de Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba. Esto, con motivo de la celebración del 129 aniversario del Teatro Colón, además de la reapertura de su programación tras la pandemia y la conmemoración de la entrega del premio Nobel de literatura al autor cataquero. En entrevista con el director de La Palabra, el actor nos revela detalles de su más reciente experiencia encarnando al viejo coronel.
Por: Darío Henao Restrepo
Director de La Palabra
Transcripción: Natalia Candado López
Estudiante de Licenciatura en Literatura, Univalle
La Palabra en Radio Univalle
La Entrevista
Producción del equipo del Centro Isaacs de Univalle para televisión cuyo audio se emitió en la frecuencia 105.3 FM emitido el domingo 7 de noviembre del 2021. Material cedido a @agendasamaria por el decano de Humanidades de la Universidad del Valle, Dr. Darío Henao Restrepo.
Darío Henao Restrepo (D.H.R.): Estamos aquí con Germán Jaramillo, uno de los grandes actores de nuestro país, quien junto a Laura García y bajo la dirección de nuestro Jorge Alí Triana presentaron en el Teatro Colón la obra El coronel no tiene quien le escriba. Germán, vamos a hablar en principio de esto. Te agradezco mucho estar aquí, eres un viejo amigo, nos conocimos en el Teatro de Bogotá hace más de 40 años y nos hemos visto en muchas partes de Colombia y en Nueva York, donde resides y diriges un grupo de teatro hace unos 15 o 20 años. Vamos a hablar del montaje, la actuación y de la obra. Cuéntanos del proyecto, cómo surge y cómo está evolucionando en este momento.
El actor Germán Jaramillo interpretando el papel del coronel en la adaptación al teatro de la novela El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez.
Germán Jaramillo (G.J.): Muchas gracias, Darío, por invitarme. Para mí es un gran honor estar aquí en este canal de la Universidad del Valle, una de las universidades más prestigiosas de Colombia, y también es un gusto volverte a ver después de tantos años. La última vez que nos vimos fue en Nueva York, tú estabas organizando un encuentro de escritores latinoamericanos en las universidades de Estados Unidos. Recuerdo que nos encontramos en un restaurante español muy agradable y tuvimos una velada memorable. Como también es un gran honor como actor, a mis casi 70 años, protagonizar al coronel de Gabriel García Márquez. Esta novela tiene una característica muy particular, ya la hice hace dos años en la producción de Jorge Alí Triana para el Teatro Repertorio Español de Nueva York, gracias a la cercanía de este con la familia de García Márquez, puesto que Jorge Alí ya había hecho una película cuyo guion era escrito por Gabo, titulada Tiempo de morir, y también tres o cuatro versiones en teatro de sus obras, como Crónica de una muerte anunciada o La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, título que uno tiene que leer completo porque posee una acentuación que es un poco de lo que voy a hablar: de esa fascinación que me produce.
Como decía, hice al menos 60 funciones de esta obra en Nueva York y fui invitado por Jorge Alí y el Teatro Colón para venir a hacer esta producción en Colombia, fui el único actor invitado a participar de ella. Originalmente esta producción se iba a hacer hace un año, pero el Covid la interrumpió. Después se pospuso para la segunda mitad del año anterior, y otra vez el virus nos obligó a posponerla. De hecho, con las dificultades de viajar internacionalmente, habían encontrado a otros actores en Bogotá para que hicieran el papel, pero uno de ellos se contagió y no lo pudo hacer. Cuando ya se dio la posibilidad de realizar la producción, viajé para reabrir la programación del Teatro Colón, además de la celebración de sus 129 años de historia, el aniversario del otorgamiento del premio Nobel a García Márquez y también el aniversario de la publicación de la novela; aunque fue escrita a finales de 1955 en París y firmada por el autor en enero de 1956, no encontró su publicación sino hasta el año 1962. Así que, con la puesta en escena se celebra el aniversario de la publicación de la obra, de la entrega del Nobel, etc. El Colón tenía muchas expectativas en esta producción y por eso me invitaron. También por la referencia de Jorge Alí, pues ya la habíamos presentado en Nueva York y consideraba que podía mostrar en Colombia, mi país de origen, una obra que había tenido mucho éxito en La Gran Manzana, con buenos comentarios de la crítica y la aceptación permanente del público en una temporada muy prolongada, de casi dos años. Por otro lado, el coronel está descrito por el autor como un hombre de 75 años, es decir, estoy cerquita, pero a los 69 años todavía tengo la energía suficiente para una cosa que es extremadamente demandante desde el punto de vista físico y actoral.
La adaptación que ellos lograron (Jorge Alí y su hija Verónica) se atiene completamente al lenguaje de la novela, respeta en cierta medida su estructura y la secuencia de los acontecimientos, pero una cosa es una novela y otra es una pieza de teatro. Es aún más complejo cuando se trata de una obra maestra, y es que el mismo García Márquez la calificaba de esta forma, él decía: “Si me preguntaran cuál es mi obra maestra, diría que es El coronel no tiene quien le escriba”, tal vez por las circunstancias en que fue escrita, cuando era periodista de El Espectador y se encontraba exiliado por el gobierno de Rojas Pinilla en París, viviendo en la buhardilla de un hotel sin nada, esperando una carta que le mandaban sus amigos con un poquito de dinero o el salario que le enviaba el periódico. Sin embargo, sus biógrafos y él mismo cuentan que fue la primera vez que se sintió un hombre libre como escritor. De este modo, puso el dinero que le reembolsaron por el pasaje de avión de regreso a Colombia en una cajita de su mesa de noche, y se sentó a escribir la novela. Dicen sus biógrafos que estaba como pedida por el desarrollo de La hojarasca, su novela anterior, escrita a los 23 años, misma edad en la que Neruda publicó los primeros versos que lo hicieron famoso internacionalmente. O sea, son escritores muy jóvenes, marginales en la sociedad de su época, originarios de una sociedad que no era las élites y, sin embargo, se convirtieron en una piedra de fundamentación de la más alta literatura en lengua española del siglo XX. Esta novela tiene esa característica.
Entonces, tenemos que en La hojarasca ya aparece el personaje del coronel, que es su propio abuelo, el general Márquez Iguarán, un veterano de la Guerra Civil que se había tenido que refugiar de la población de Barrancas en Aracataca, como dice García Márquez, huyendo del fantasma de un muerto, pues aseguraba haber matado a un hombre en un duelo. Decía Jorge Alí Triana que Gabo le contaba que su abuelo le repetía esa frase: “Tú no sabes lo que pesa un muerto”. Hay que resaltar que Gabriel García Márquez fue llevado a vivir a la casa de sus abuelos cuando era prácticamente un niño de brazos, porque su padre, Gabriel Ligio, se fue a buscar destino para su familia que era de hecho muy numerosa: 16 hijos en el hogar y otros dos por fuera del matrimonio. Es decir, se trata de una vida que aparece como fuente de la literatura, una experiencia vital que se origina en la infancia. Vivió en Aracataca junto a sus abuelos desde la más temprana edad hasta los ocho años, y decía que esto definió totalmente su obra, pues una vez se fue de Aracataca dejaron de pasar cosas interesantes para su literatura. Yo creo que exageraba, todos los escritores tienden a la hipérbole. Al principio de esta conversación estábamos hablando de Fernando Vallejo, que es probablemente el rey de ese género, de ese estilo. Lo que pienso es que, con la adaptación de esta novela lograda por Jorge Alí y Verónica, hay un cambio en el estilo de la dramaturgia en Colombia.
Recuerdo que Amalia Iriarte, una amiga y muy querida maestra mía, una persona muy cercana a mi corazón y que ha inspirado muchísimo mi trabajo, decía en una conferencia que todo el teatro colombiano del siglo XXI iba a surgir de Cien años de soledad, tal como surgió el teatro griego de la Ilíada y la Odisea. Por eso creo que aquí hay una especia de viaje a la semilla, porque es la primera vez que se adapta una novela cuyo lenguaje es tan apretado, los diálogos son estrictamente rigurosos y el compás sonoro y la estructura del texto se parece a la poesía más exquisita de la lengua española. No hay descuidado un acento o un énfasis, no hay un adjetivo que sobre o que falte, hay una especie de compás, de melodía, de sinfonía de palabras que son como las risas de los vecinos que están hablando mientras hacemos esta entrevista, esas risas que realzan las palabras que digo, de cierta forma, porque me obligan a subir el tono. Al decir este texto (lo he hecho entre 60 y 80 veces) nunca hice un ensayo o una función en el que sonara igual, pues no hay ningún artificio mecánico o dote técnico del actor que sea capaz de no ser vencido por la calidad misma del relato. Cada función, cada ensayo es un deleite.
El teatro Repertorio Español de Nueva York, en el cual hice por primera vez esta obra, es un teatro al que le caben 130 personas, es decir, muy íntimo, muy recogido, y el montaje era muy atenido a esa circunstancia, era como hacer teatro de cámara. Aquí, por el contrario, trabajamos en un teatro de 1100 sillas, el Teatro Colón, que es el templo del arte escénico en Colombia, donde hice obras cuando comencé mi carrera, pero nada se compara con lo que significa hacer a García Márquez en el escenario. Entonces, esta es la primera vez, en mi opinión, que una obra novelística transformada al teatro se convierte en el primer poema dramático del teatro colombiano moderno. En eso discrepo de algunos títulos que dicen: “¿Por qué García Márquez? ¿Para qué hacer una cosa como García Márquez si hay autores modernos?” Sí, por supuesto que hay autores y obras muy interesantes en el teatro moderno colombiano. Nosotros mismos cuando estábamos chiquitos observábamos las obras de teatro que se hicieron, las cuales tenían un intenso compromiso político, eran obras temáticas, unas de ellas interesantes, otras no tanto. Por ejemplo, La agonía del difunto es una obra legendaria, pero hay otras que están olvidadas, que eran demasiado temáticas, demasiado esquemáticas, el lenguaje obedecía a temas casi de propaganda o de divulgación política. Aquí no, esto es la realidad colombiana en su síntesis más esencial, o sea, un escritor que se está preparando para crear siete u ocho años más tarde Cien años de soledad, que es el gran poema épico de la literatura colombiana. Ahora creo que casi todos los poetas y críticos ya son unánimes en decir que eso en realidad no es una novela, es un gran poema épico. Él mismo decía, con cierta sorna y bromeando con sus amigos, que era un vallenato largo. Bueno, ¿cómo es la música vallenata? Son cantos esenciales de una épica popular, brindándole la capacidad a un tipo como Juancho Polo Valencia de decir que “no tiene dientes ni tiene muelas, no tuvo grado ni escuela, pero al cantar es la ciencia”. En una copla de cuatro versos hay todo un universo y toda la vida de un hombre. Respecto a esa hipérbole que hace Gabo al decir que Cien años de soledad es un vallenato largo, yo diría que es mucho más que eso: lo comparo con un gran poema épico vertido al teatro, y por lo tanto, con la primera versión de un poema dramático que aparece en el teatro colombiano en los últimos 60 o 70 años.
Si tú miras el teatro del siglo XIX en Colombia, se trata de cosas larguísimas escritas por don José María Samper o por otros dramaturgos que escribían crónicas históricas puestas en diálogos como si fueran diálogos teatrales cuando realmente no tenían nada de teatral. Y el teatro moderno que se inaugura aquí en Cali con Enrique Buenaventura o Santiago García en Bogotá, son versiones de clásicos europeos que están influidos por la literatura de la posguerra, y por lo tanto, tienen un tono que a veces se acerca a lo épico y otras veces a lo costumbrista, como por ejemplo las adaptaciones que hizo Tomás Carrasquilla con En la diestra de Dios padre, que es una cosa sensacional e inaugura también una forma de teatro colonial. En este sentido, las primeras obras que escribió Enrique, quien fue algo así como el primer dramaturgo moderno que hubo aquí, más las que siguieron después y las que hay ahora con su diversidad, son obras interesantísimas que se centran en temas muy desafiantes, sobre la inclusión sexual, la tolerancia política, etc. En otras palabras, el teatro está vivo en Colombia, o sea, un país que está hundido en la peor crisis histórica de sus circunstancias sociales y políticas, tiene tal vez uno de los más efervescentes resurgimientos de la cultura, en la literatura, en la poesía, en la pintura, en el teatro, en el cine, en todas las áreas. Esa es una paradoja extraordinaria. Yo considero que este montaje de Jorge Alí, la versión que hicieron Verónica y él de esta novela, y lo que estamos haciendo ahora en Bogotá, constituye un hecho histórico.
D.H.R.: Bueno, yo te he visto actuar muchas veces con Laura García y quiero que hablemos de este rol. A la edad que tienen, tan cerquita a los personajes reales de la novela, como decías, ¿qué ha significado actoralmente volverte a encontrar con Laura en este maravilloso montaje? ¿Qué lecciones te deja el día a día como actor, con ella, y volviendo a los viejos tiempos que ustedes tuvieron en las tablas?
G.J.: Pues ha sido un gran placer profesional volver a actuar con Laura porque tuvimos una vida en común durante 12 años. Eso nos hizo conocernos estrechamente, a la vez el trabajo que hacíamos en el Teatro Libre no era solamente un proceso actoral, sino que se trataba de una gran productora, hicimos parte de toda la construcción del Teatro de Chapinero y el Teatro Libre. Es decir, no era un matrimonio como los comunes y corrientes, que comparten tiempo juntos entre ocho y diez horas por día, este era de 24, pues trabajábamos en el teatro y teníamos una vida marital.
Fuimos uno de eso matrimonios tan escasos. Volvernos a encontrar ahora, después de que me fui de Colombia hace más de 21 años y darme cuenta de que hemos tenido una vida actoral muy distinta, pues ella ha construido una gran carrera en el país y yo también he tenido mi propio destino alejado de Colombia, en cierta medida, aunque las obras que hago en Nueva York están muy relacionadas con mi pasado, resultó una experiencia sorprendente. Ver la capacidad de cómo fue capaz de subir, como ella misma dice, a Monserrate en dos segundos. Porque Jorge Alí y Germán ya venían con la obra hecha en Nueva York, y a ella le tocó ese golpe, como a todos los otros actores, de aprender el texto muy rápidamente para que pudieran estar en el nivel actoral.
D.H.R.: Tú la traías molida.
G.H.: Exactamente. Ahora, yo nunca hice ensayos como dándole a los actores la pauta para que se aprendieran la letra, yo hacía los ensayos como si fuera una función. Eso sirvió para que el director pudiera poner el nivel muy alto desde el principio, no tanto por la calidad de lo que yo pudiera hacer, sino por el ritmo que impone un actor que ya se sabe la letra, pues obliga a que los otros respondan rápidamente, de una manera urgente. Y eso pasó con todo el elenco, pero Laura tiene muy alta responsabilidad porque es la esposa del coronel. Estoy muy satisfecho de trabajar con ella y muy contento de ver cómo su carrera ha crecido de la manera en que ha crecido y cómo se mantiene en un nivel de altísima condición. Además de la excelente calidad que tiene como productora, porque ha ayudado a hacer una divulgación enorme, ella ha sido coautora de que el espectáculo haya tenido tanto éxito. Por otro lado, tiene una relación muy cercana con Jorge Alí, pues fue una actriz muy joven cuando comenzó el TPB (Teatro Popular de Bogotá). Entonces, se conocen de una manera entrañable, son muy amigos, se tienen mucha confianza. Ella era una niña, una gran estrella cuando comenzó en el TPB, todavía es una gran estrella, pero cuando comenzó era una beldad colombiana, y Jorge Alí la educó, la mantuvo siempre en un nivel del más alto privilegio, enseñándole todas las cosas que él aprendió y que después se pulieron en el teatro Libre con Ricardo Camacho. Pero ella ha hecho con él dos o tres producciones celebérrimas y se quieren de una manera entrañable. Entonces, verlos trabajar juntos en los ensayos, participar en ese intercambio de propuestas, observar la manera en que se tratan y la relación conmigo, pues también he estado en medio de los dos, ha sido una experiencia memorable.
D.H.R.: Bueno, pasemos a lo que has estado haciendo en los últimos 20 años. Tuve la oportunidad de compartir contigo en Nueva York, como ya lo dijiste, y estás haciendo una labor extraordinaria, pero quiero que nos centremos en algo: el año pasado, en la celebración que hicimos del Año Nacional Zapata Olivella, me preguntaste qué obras de teatro tenía Manuel y te dije de inmediato Hotel de vagabundos, la cual sé que has leído, la has trabajado y tienes un bello proyecto del que me gustaría que nos hablaras.
G.J.: El proyecto es en realidad un homenaje a Cali, y es un homenaje también a un gran escritor como Manuel Zapata Olivella. Valga la aclaración: Zapata Olivella fue injustamente ensombrecido literariamente por la enorme figura de Gabriel García Márquez, pero una vez entras en su obra, te das cuenta de cuál es el significado de este hombre nacido en Lorica y la relevancia de sus letras para la transformación de la literatura moderna en Colombia. Su educación como médico, el ostracismo natural de su raza en una sociedad tan racista como la colombiana; el hecho de que García Márquez tuviera ancestros indígenas wayúus, se aleja y difiere totalmente de la realidad de Manuel por ser negro. Todo esto en Bogotá, en la Universidad Nacional, donde había un espíritu democrático cuando él hizo su carrera. Sin embargo, pese a todas las dificultades, fue un hombre que luchó contra esa desgracia producida por la intolerancia, pero su literatura tan profusa, diversa, interesante y variada, quedó ocultada por escritores antioqueños que tenían más posibilidad de editar sus obras, o por García Márquez, quien ganó ese prestigio internacional tan rápidamente en una ola de altísima calidad. Manuel tenía el mismo derecho. Es por eso por lo que volver ahora, a través de lo que tú has hecho con la celebración de su centenario, es una cosa extraordinaria, pues rescata a un gran escritor, a un gran humanista y a un hombre que irrumpió en la cultura de su tiempo como folclorista junto a su hermana, explorando todas sus raíces africanas y el origen de la esclavitud en Colombia, con el fin de representarlo y divulgarlo. Esto tiene un valor extraordinario. Por eso dije que quería hacer una obra de él, y por supuesto escogí la más difícil, la que tiene 60 actores. Es un secreto cómo la voy a hacer, pero ya hice dos experimentos previos que me funcionaron para saber que sí funciona ese modelo, y en cierta medida, es afortunado que Manuel Zapata Olivella siendo médico, nos ofrezca la opción de hacer una obra tan difícil inspirados por la pandemia, pues me permite filmar… voy a confesar un poquito de cómo quiero hacer la obra: casi todos los personajes que aparecen en el Hotel de vagabundos están filmados, porque es imposible hacer una obra con 60 actores presencialmente, no habría un teatro del mismo tamaño.
El cine se ha convertido en una nueva opción, con la pandemia aprendimos nuevos métodos. A mí no me gusta el teatro hecho por Zoom, no le veo ningún interés, porque el teatro tiene una característica, como decía Borges: uno cuenta una historia en un escenario mientras otro se sienta en la platea y acepta que se la cuente. Son los elementos esenciales del teatro, eso es irreductible. Cuando el Zoom trata de hacer obras de teatro, queda claro que no tiene nada qué ver con este y mucho menos con el cine, ni tampoco con la televisión; son registros documentales, y eso sí es posible hacerlo, el registro que queda de una obra que se tuvo que hacer en circunstancias muy difíciles, pero eso no alcanza ninguna dimensión de lo interesante, después de 10 o 15 minutos uno generalmente se aburre de verlo. Pero, como dije anteriormente, el teatro sí tiene la posibilidad de acudir al cine. Con la ocasión de la pandemia produje dos espectáculos en Nueva York usando el recurso de 340 millones de copias vendidas en el sudeste de Asia, de las cuales no vimos ni un centavo porque se trató de un CD pirata. Yo le decía al director: “¿Y entonces cuánto me va a tocar a mí?”, y me dijo: “No, pues, más o menos lo mismo que me toca a mí: ¡nada!”. Cada CD valía un dólar, fueron 340 millones de copias, pero él decía: “No me importa cuánta plata produjo eso, lo que importa es que la hayan visto por lo menos, si se multiplica por dos personas que la ven por proyección, unos 600 millones de personas”, es decir, casi la mitad de población de India y la tercera parte de la población de China. Ese sí es un gran honor.
D.H.R.: Ha sido un placer hablar con Germán Jaramillo aquí La Palabra en radio, para el periódico cultural La Palabra y para nuestra serie de videos de televisión. Te agradezco muchísimo, y por supuesto tendremos la oportunidad de seguir conversando sobre estos proyectos que apenas comienzan y que tú has venido a promover aquí a Cali, que es el motivo por el cual estás estos días en nuestra ciudad.
G.J.: Muchas gracias a ti, Darío, por la invitación.